sábado, 31 de octubre de 2009

El carril bici




Tengo que reconocer que no es la primera vez que le dedico una mirada pausada al culo de Trini. Nada de perversión ni lascivia, sólo un poco de sano recreo visual.

Esta mañana me la encontré agachada, doblada por la cintura cuando recogía el vaso de la máquina de café. Pero su postura era forzada, con la pierna derecha avanzada en una posición antinatural. En lugar de permitirme el instante de solaz, preocupado por el gesto, la he llamado:

-Trini, ¿todo bien?

-Pues no -me ha contestado al tiempo que se giraba hacia mí.

Al verla de frente, se ha hecho patente su tobillo escayolado.

Trini es una mujer de buena presencia, simpática y accesible. Encontrártela en el café de la mañana y charlar un poco con ella te alegra el principio del día. Verla perjudicada me ha llevado inmediatamente, antes de saber nada más, a solidarizarme con ella.

Trini me ha contado que ayer fue a pasear al Retiro.

-Te parecerá una tontería -me ha dicho-, pero algún domingo que otro cojo un libro, me subo al autobús y en quince minutos estoy en el Retiro. Allí busco un banco a la sombra si es verano, o al sol en invierno, y leo un par de horas. Me relaja un montón.

-¿Y ayer fuiste? -aventuré yo.

-Sí, y al bajarme del autobús, tuve cuidado con la zanja que hay junto a la parada, esquivé la valla que habían puesto para el maratón, hice una finta para eludir dos motos aparcadas en la acera... Pero al final me despisté.

Yo callé y la dejé continuar, agotado sólo de pensar en el esfuerzo sobrehumano que le había supuesto a la pobre Trini bajarse del autobús.

-Al final, puse el pie en el carril bici y un un ciclista me atropelló.

Me imaginé a un individuo completamente sudado cayendo sobre el pie de Trini.

-Terrible -dije.

-Lo peor -continuó ella- es que me insultó. Me acusó de no respetar a los ciclistas.

No se me ocurrió más que decir. La mirada de Trini vagaba perdida en el vaso de café, y la mía se trasladó al lugar del incidente para imaginar a aquel imbécil levantándose esgrimiendo argumentos inútiles contra la mujer tirada en medio de su carril.

Si yo fuera alcalde de esta ciudad, ni motos ni bicis, a quien le haría un carril para ella sola es a Trini.


sábado, 24 de octubre de 2009

El cambio de hora

Ayer me dijo Nicolás que preferiría ser una ballena. Nicolás es un tipo bajito y enjuto de pelo negro. Es más bien distraído, o eso parece, y su mayor cualidad es la de no molestar a nadie.

-Por eso mismo -me dijo a la hora del café- me joroba sobremanera que me molesten a mí.

Nicolás usa expresiones como "sobremanera", "muy mucho" y "enjundia". Es un tío la mar de instruído.

Hace años que él y yo trabajamos juntos y nunca tuve la sensación de que nadie tuviera el menor interés en jorobarle, pero más aún me ha sorprendido el hecho de que le apeteciera cambiar su existencia por la del mamífero marino.

Nicolás lo ha explicado muy bien y muy rápido, que el café no se puede alargar demasiado si queremos ser productivos:

-Si a mi se me ocurriera hacer ruido en una zona de paso de ballenas jorobadas -me ha dicho-, si se me antojara (y tuviera medios) para cambiar la temperatura del agua de la zona de cría de una ballena blanca, si acaso osara ir a molestar a la mamá ballena cuando está a punto de dormir, hay varias docenas de leyes y reglamentos, de sociedades y grupos ecologistas, de opiniones públicas más o menos dirigidas que acabarían con mi propósito.

-Claro -le he respondido yo-. ¿Quién eres tú para ir a tocarles los huevos a las ballenas?

-Pues no soy nadie -me ha contestado-, pero tampoco quiero que me cambien mi hábitat natural.

En respuesta a mi cara de asombro, él me ha recordado que esta noche deberemos cambiar la hora, atrasar el reloj para ahorrar energía. Y que eso a él le transtorna, le cambia el metabolismo; se estriñe, aparece el insomnio y además llega a casa de noche. Quizás lo peor sea eso, porque aunque ahora se puede ir al fin del mundo en cercanías, su barrio, a pocos kilómetros del centro, aún no tiene metro. Y el año pasado, después del cambio de hora, le atracaron al amparo de la noche prematura.

Nicolás, tan educado él, tan discreto, jamás se ha quejado de nada ante ningún organismo, público o privado. Pero ayer me confesó, tras el último sorbo de café, que está pensando escribir a Greenpeace porque se siente una especie en peligro: le tocan el hábitat, le perturban el sueño y la evacuación y le ponen en riesgo con la oscuridad anticipada.

Y es que Nicolás tiene tiene todo el derecho del mundo a preservarse a sí mismo.