sábado, 24 de octubre de 2009

El cambio de hora

Ayer me dijo Nicolás que preferiría ser una ballena. Nicolás es un tipo bajito y enjuto de pelo negro. Es más bien distraído, o eso parece, y su mayor cualidad es la de no molestar a nadie.

-Por eso mismo -me dijo a la hora del café- me joroba sobremanera que me molesten a mí.

Nicolás usa expresiones como "sobremanera", "muy mucho" y "enjundia". Es un tío la mar de instruído.

Hace años que él y yo trabajamos juntos y nunca tuve la sensación de que nadie tuviera el menor interés en jorobarle, pero más aún me ha sorprendido el hecho de que le apeteciera cambiar su existencia por la del mamífero marino.

Nicolás lo ha explicado muy bien y muy rápido, que el café no se puede alargar demasiado si queremos ser productivos:

-Si a mi se me ocurriera hacer ruido en una zona de paso de ballenas jorobadas -me ha dicho-, si se me antojara (y tuviera medios) para cambiar la temperatura del agua de la zona de cría de una ballena blanca, si acaso osara ir a molestar a la mamá ballena cuando está a punto de dormir, hay varias docenas de leyes y reglamentos, de sociedades y grupos ecologistas, de opiniones públicas más o menos dirigidas que acabarían con mi propósito.

-Claro -le he respondido yo-. ¿Quién eres tú para ir a tocarles los huevos a las ballenas?

-Pues no soy nadie -me ha contestado-, pero tampoco quiero que me cambien mi hábitat natural.

En respuesta a mi cara de asombro, él me ha recordado que esta noche deberemos cambiar la hora, atrasar el reloj para ahorrar energía. Y que eso a él le transtorna, le cambia el metabolismo; se estriñe, aparece el insomnio y además llega a casa de noche. Quizás lo peor sea eso, porque aunque ahora se puede ir al fin del mundo en cercanías, su barrio, a pocos kilómetros del centro, aún no tiene metro. Y el año pasado, después del cambio de hora, le atracaron al amparo de la noche prematura.

Nicolás, tan educado él, tan discreto, jamás se ha quejado de nada ante ningún organismo, público o privado. Pero ayer me confesó, tras el último sorbo de café, que está pensando escribir a Greenpeace porque se siente una especie en peligro: le tocan el hábitat, le perturban el sueño y la evacuación y le ponen en riesgo con la oscuridad anticipada.

Y es que Nicolás tiene tiene todo el derecho del mundo a preservarse a sí mismo.

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